Volvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
Encendió la luz del pasillo y se dirigió a la entrada con paso lento, arrastrando los pies por el suelo. Apenas tenía ganas de abrir la puerta y preguntar qué demonios pretendía quien quiera que estuviese en el rellano.
Así, tiritando por el frío, colocó una mano temblorosa en el pomo de la puerta y lo giró. Quedó asombrada por la inesperada sorpresa que la esperaba al otro lado: se trataba de un niño, un niño pobre que, a pesar de su raída y desgastada vestimenta, irradiaba luz propia con la mirada.
El niño, sin pronunciar palabra alguna, extendió los brazos y le ofreció una amapola. A ella se le hizo raro, extraño, que una flor tan cálida pudiera conservarse en tan buen estado en la época invernal en la que se encontraban.
No tengo dinero para comprártela. – se disculpó.
El inocente, sin embargo, descalzo y sonriente, mantuvo los brazos alargados, que sostenían con decisión la roja plantita. Ella, ante la insistencia del pequeño, aceptó el obsequio. Cogió la amapola y se le animó al rostro para olerla. Era tan impregnante la esencia que cerró los parpados involuntariamente, degustando cada ápice de frescura que emanaba aquella preciosidad.
De repente, ella no sólo dejó de controlar sus ojos, sino que su mente divagó y retrocedió en el tiempo hasta su niñez. Comenzó a contemplar recuerdos tan nítidos que se le erizaron los vellos de la nuca y los brazos, aunque ya no sentía frío.
Le asaltaron imágenes de su infancia en el campo. Ella y muchos chiquillos más correteaban entre las espigas de trigo y se escondían para asustar a los que se rezagaban. Continuaban corriendo. ¡Cómo le gustaba que su madre la peinara con aquella larga trenza que ondeaba al viento mientras galopaba libremente por los extensos prados de su tierra! Allá, a lo lejos, se divisaba un mar escarlata; en campo lleno, sembrado de amapolas.
La escena cambió de súbito. Ahora, ella se encontró a sí misma husmeando en la cocina de su casa, subida a un taburete para poder observar todos y cada uno de los movimientos de su madre. Estaba preparando su cena favorita, por mucho que la mayoría de las noches fuera la misma: sopita de leche y pan. ¡Dios, qué bien olía!
La olla encima de la mesa, humeante, y a su alrededor la familia entera. Ocho hermanos y hermanas, la madre y el padre degustaban la sabrosa receta cocinada al fuego directamente del mismo recipiente de barro, cada cual con su cuchara. El padre, aunque cansado, hambriento y arrugado por el sol de los viñedos y olivares, cedía encantado su porción a sus amores. Reía alegre por las riñas que surgían al llegar al fondo de la olla, adonde el esponjoso pan se agarraba. “Lo tostadito siempre es lo más rico” solía decir él.
Ella también rememoró más fugazmente las mañanas en las que llenaba el cántaro de agua en la fuente o esas otras en las que daba de comer maíz a las gallinas. Y a la vuelta, lo primero que veía era el patio, adornado con decenas de macetas y guirnaldas, en el que predominaba el color de la pasión. Predominaban las amapolas.
Ésa fue la última visión. Ella recobró el sentido y abrió los ojos, aparentemente agitada. Sin ser capaz de evitar que una lágrima recorriera serenamente su mejilla, se descubrió sola en el umbral. El niño ya no estaba, mas su influencia incidiría en el corazón de ella durante el resto de su vida, ya que la amapola le había demostrado que la felicidad es posible y que alcanza su cénit en determinados momentos, pasajeros en tiempo real, pero infinitos en tiempo emocional. Ella recobró la esperanza.
-------------------------------------------------------------
2.Saria: 'LA MISTERIOSA MUJER' – Nerea Garcia – 1 D
Volvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
Al abrir la puerta, Marta se encontró con una mujer que vestía un desaliñado y estropeado traje de chaqueta. Marta no entendía nada, se mantenía quieta frente a esa misteriosa mujer. Cuando por fin pudo vocalizar unas palabras la mujer la agarró fuertemente del brazo y arrastró de ella hasta llegar a un oscuro cementerio en el que Marta jamas había estado. De pronto, la misteriosa mujer alzó la cabeza y comenzó a hablar. Se llamaba Meredith y había venido desde el mas allá para que Marta abriera los ojos y mostrarle su pasado. Pero Marta no creía nada de lo que le decía, pensaba que le estaba tomando el pelo, hasta que Meredith le mostró la antigua fotografía. Marta, sorprendida, la tomó en sus manos. No lo podía creer. En ella salían un apuesto hombre y Marta, que sostenía un pequeño bebé. Marta no conocía a aquel hombre, pero sin embargo, se le hacía muy familiar. Marta siguió observando la foto y de pronto Meredith volvió a hablar.
¿Te suena ese hombre, verdad?
¿Quién es? - dijo Marta sin pensarlo
Él es tu marido, David. Tu amigo de la infancia.
Marta volvió a mirar la foto y sí; ahora se había dado cuenta.
Es imposible, no le veo desde primaria.
Entonces Meredith le comenzó a contar que después de graduarse empezaron a salir juntos. Pero poco después Marta se quedó embarazada y su padre los obligó a que tomaran matrimonio.
Marta no creía lo que le decía, había demasiadas preguntas. ¿Dónde estaba el bebé? ¿Y David? Y lo que era peor aún … ¿Por qué no se acordaba de nada de lo ocurrido?
Meredith le contó detalladamente que David y ella tuvieron una fuerte discusión, entonces Marta salió a dar una vuelta, pero cuando volvió, su casa estaba en llamas. Toda la calle estaba repleta de bomberos y policías que acordonaban la zona para evitar que los vecinos se sobrepasaran. Aunque los bomberos intentaron detenerla, Marta entró corriendo entre los escombros. Según le había dicho un policía, había ocurrido una explosión de gas y era muy poco posible encontrar supervivientes, pero Marta siguió buscándoles hasta que llegó a la cocina; donde encontró los cadáveres calcinados de su marido y el bebé.
Mientras oía esto, Marta no podía evitar que se le saltaran las lágrimas, estaba destrozada. Pero aún quedaba una pregunta más. Meredith esta vez le mostró un recorte de periódico. El titular decía: “Una mujer se lanzó por el puente Rabel este domingo”. Marta, sorprendida, miró a Meredith y siguió leyendo. El artículo contaba que una mujer se había lanzado desde el puente Rabel y después de una semana en coma ahora se encontraba estable, aunque había perdido parte de memoria.
Cuando Marta alzó la vista, con los ojos empapados en lágrimas, Meredith se había esfumado del lugar y ahora se encontraba de nuevo en su dormitorio, en su cama.
¿De verdad había sido sólo un sueño? Y de ser así ¿Por qué lo había soñado? ¿Acaso era verdad?
Esto es algo que Marta tendrá en su memoria toda la vida.
----------------------------------------------------
3.Saria: 'TRAS LA PUERTA' – Itxaso Valero – 2 B
Volvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
Sin embargo, cuando se asomó a la puerta se dio cuenta de que no había nadie, todo debía ser fruto de su imaginación. Sus ojos se llenaron de lágrimas inevitablemente.
Últimamente le pasaba mucho: le parecía oír que llamaban a la puerta, que sonaba el teléfono ... pero todo era mentira. Oía aquellos sonidos debido a que era lo único que deseaba escuchar, el único motivo por el que le merecía la pena seguir viviendo.
Laura tenía 15 años cuando vio por primera vez a Alex, 16 cuando se enamoró locamente de él, 17 cuando empezaron a salir y 18 ... bueno, 18 cuando se quedó embarazada. Laura llevaba unos meses con náuseas, mas pensó que serían causados por el estrés. Finalmente acudió al médico y éste le informó de la gran noticia: estaba embarazada.
En aquel momento se le cayó el mundo encima. Siempre había sido una alumna excelente a la que le entusiasma la natación. Había ganado varios premios y aquel año tenía pensado presentarse al campeonato de España. Cuando empezó el Bachiller, empezó a tener problemas para compaginar el tiempo entre los estudios y los entrenamientos de natación y ahora que estaba en segundo los problemas aumentaron. ¿De dónde iba a sacar el tiempo para ocuparse del bebé? Tener un hijo suponía acabar con su sueño.
Sin embargo, Alex parecía habérselo tomado de maravilla. Desde el primer momento permaneció junto a Laura, cuidándola y animándola. Es más, parecía estar de lo más ilusionado. Laura no podía entenderlo. ¿Cómo podía ilusionarle tener la persona que destrozaría sus vidas?
Durante los próximos meses Laura empezó a animarse un poco. Lo habló con su madre y ella decidió apoyarla. Su madre le entendía: ella tuvo a Laura cuando era joven. De esta manera, se percató de que tener un niño tampoco sería el fin del mundo. Además, eso significaría estar más tiempo con Alex y, de alguna forma, así podría estar segura de que él jamas podría marcharse puesto que habría algo que los uniría fuertemente. Tal vez era un pensamiento demasiado obsesivo, pero, a fin de cuentas, toda su relación lo era.
Alex era guapo, moreno, alto, de ojos claros ... A su parecer, el chico perfecto. Además era agradable y extrovertido, por lo que se llevaba bien con todo el mundo. Dentro de ese “todo” estaban, por supuesto, las chicas. La mayoría de ellas eran simples amigas de Alex; no obstante, a los ojos de Laura eran arpías que querían robárselo.
A medida que avanzaba el embarazo, Alex empezó a comportarse cada vez más raro. Apenas se veían y ella le necesitaba, le necesitaba más que nunca. Laura solía ir cada tarde a casa de Alex, pero últimamente jamás lo encontraba en casa. Su madre siempre le decía que había salido a la mañana y que todavía no había vuelto. ¿Dónde diantres se metía? ¿Qué era tan importante para no volver a casa ni para comer? Y sobre todo, ¿Qué era eso que le impedía verla? ¿Otra chica?
Laura empezó a perseguirle. Era difícil ya que se marchaba en coche, así que le pidió ayuda a su amigo Marcos, el cual tenía carné y coche propio. Normalmente lo veían quedando con algún amigo. Un día Alex paró en un barrio marginal. Y el siguiente día también. Y el siguiente. La familia de Alex tenía dinero. ¿Qué hacía ahí? ¿Acaso se había aficionado a las drogas?. No, imposible. Siempre que iba lo veía hablando con una chica. Le daba de comer, le llevaba algo de ropa y hablaban y reían durante horas. ¿Quién era esa chica? Debía ser su amante. No había tenido al niño y ya le había sido infiel. Perfecto.
Tras eso Laura paró de perseguirle. No rompió con él, simplemente se mostró más distante. Cuando él le preguntaba qué le pasaba siempre contestaba lo mismo: “nada, debe ser cosa del embarazo”.
Cuando, finalmente, Laura tuvo al niño (a los ocho meses, se adelantó) Alex no fue al hospital. Estuvieron sus padres, su hermana mayor, sus abuelos, Marcos ... pero faltaba Alex. Los primeros días tras tener a Dario (es así como se llamaba el bebé) fueron durísimos para Laura. No entendía qué había hecho mal, por qué se fue Alex sin decir nada. Fuera lo que fuese nada podía ser tan grave como para abandonarla el día del parto. ¿no? Supuso que se habría enterado de que lo espiaba. Si, eso debía ser.
Cinco meses después se enteró de lo que realmente había pasado: Alex era adoptado y aquella chica era su verdadera hermana. Cuando a ella la echaron del país por no tener papeles (eran de origen iraní), él se marchó con ella de la noche a la mañana. Laura se sintió culpable, no era malo, la quería, sólo que también quería a su hermana.
Y ahora ahí estaba, en su casa, esperando una señal, un algo que le indicara que él seguía vivo y que la quería. Estaba a punto de volver a la cama cuando volvió a oír como tocaban la puerta. Una vez más. Y una más. No, no había sido fruto de su imaginación. Realmente estaban tocando la puerta. Abrió con una sonrisa. Ah, el cartero. Pensándolo bien: ¡el cartero!. Eso podía significar una carta de Alex. Laura abrió sus cartas: facturas, mamá, factura ... Nada. Una vez más una lágrima mojó su mejilla.
-----------------------------------------------------------------
'LA ESPERA JUNTO A LAS VELAS' – Ane Arakistain – 1 AVolvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
Oía cómo crujía el suelo e madera, rompiendo el silencia mientras caminaba hacia la puerta. En el fondo sabía quién era; el único problema era que no sabía si deseaba verle o no. Pero no podía flojear ahora, llevaba meses planeando este momento. Iba a gozar de una buena venganza.
Algunos años antes, cuatro para ser exactos, Nerea era una joven alegre que acababa de terminar la carrera de medicina con muy buena nota. En la universidad había conocido a un joven majísimo, Gorka, con el cual compartía piso y alguna cosa más. Eran una pareja enamorada y pasaban mucho tiempo juntos pero sin llegar a ser pegajosos.
El día de su graduación Nerea había quedado con Gorka para celebrarlo con una comida romántica en el restaurante que más de moda estaba en ese momento. Era un pequeño e íntimo restaurante de comida italiana alumbrado únicamente por la tenue luz de las velas. Lo que Nerea no sabía era que iba a ser el peor día de su vida; Gorka no apareció a pesar de todas sus llamadas y mensajes. Volvió a casa con el maquillaje corrido y el vestido azul cielo arrugado.
Desde aquella noche empezó a tener pesadillas y llantos constantes, ya que no volvió a saber nada de Gorka, había desaparecido, se había esfumado sin dejar ningún rastro.
Cuatro años más tarde y después de haberse gastado una enorme suma de dinero en psicólogos Nerea vivía en un acogedor piso en el centro de San Sebastian. Un soleado día de primavera, iba en un bus abarrotado de gente y abanicándose con un abanico que le había regalado su hermano cuando de repente en una parada subió un chico cuya cara le resultaba muy familiar … era Gorka! El corazón le latía aceleradamente, no sabía qué hacer o cómo actuar, ni siquiera sabía si era real o un sueño. El joven se sentó a su lado. La mente de Nerea se llenó de preguntas: ¿Debería decirle algo?, ¿Por qué no se acordaba de ella? ¿Cuál fue la razón de abandonarla de aquella manera en aquel bonito restaurante?
Intentó tranquilizarse a sí misma, podía no ser él. Se armó de valor y con una sonrisa francamente falsa se dirigió a él: “Hola, ¿Cómo te llamas?”. A lo que él contestó: “Gorka, ¿Y tú?”. Ese fue el momento en el que se le heló la sangre del cuerpo. No la recordaba. Era el mejor momento para vengarse por lo que le hizo. Conocía muy bien sus gustos, por lo que conectaron inmediatamente. Comenzaron a quedar por las tardes para tomar un café o ir al cine.
Pasaron las semanas y cada vez estaban más unidos. La confianza era enorme. Gorka se había enamorado locamente de ella y Nerea nunca había dejado de quererle, pero tenía sed de venganza. Además le resultaba un tanto extraño que no se acordara de ella.
Una noche quedaron para cenar en el ya no tan de moda restaurante acogedor. Gorka apareció un par de minutos antes de la hora acordada y se sentó a esperar. Esta vez fue ella la que no apareció.
Ahora Nerea estaba en su calentita cama hecha un ovillo, cuando oyó el timbre. Lo ignoró. Volvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. Oía cómo crujía el suelo de madera, rompiendo el silencio mientras caminaba hacia la puerta. En el fondo sabía quién era; el único problema era que no sabía si quería verlo o no. Pero no podía flojear ahora, llevaba meses planeando este momento. Iba a gozar de una buena venganza.
Abrió la puerta de su casa. Tenía la mirada clavada en el suelo. Comenzó a subirla. Se encontró con un Gorka triste, hecho pedazos y sosteniendo en su mano una pequeña cajita. Antes de que pudiera pronunciar una palabra él comenzó a hablar.
Me he pasado los últimos tres años malviviendo sin ganas por un pequeño incidente y ahora que me sentía feliz.
¿Qué incidente?
No lo sé, algo me golpeó en la cabeza y perdí la memoria. Me desperté en el hospital con este anillo, que supongo que lo querría dar a una persona muy especial. Pero al conocerte me di cuenta de que no puede haber persona más especial que tú e iba a dártelo … pero lo de esta noche me ha dejado descolocado.
Todo pasó en muy pocos segundos. Nerea empezó a sentir que se ahogaba, ahora lo veía todo claro, las piezas encajaban y sus vías respiratorias parecían que querer abrirse. Era él, Gorka, y la había amado toda la vida, incluso cuando desconocía de su existencia.
Pasa Gorka, voy a preparar chocolate caliente para los dos.
Iba a ser una noche muy larga en la que tendría que dar muchas explicaciones, pero estaba tranquila, y algo más importante: se sentía realmente feliz.
---------------------------------------------------
Volvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
No quería ser consciente de la oscura realidad que le envolvía. No quería abrir la puerta para recibir la noticia que gran trauma crearía en su cabeza. Pero tenía que hacerlo, tenía que abrir la puerta para demostrarse lo fuerte que era, que lograría afrontarlo tarde o temprano, que nada cambiaría con noches de penumbra y llanto en aquella fría casa de piedra, sin nadie a quien abrazar, sin nadie a quien poder llorar.
Finalmente, Sofía se armó de coraje y se puso en pie. Se sentía rígida, débil, la cosa más insignificante de la faz de la tierra. Dio un paso, se detuvo, tomó aire, cerró los ojos, estaba preparada para lo peor. Se acercó a la manilla poco engrasada que Sergio siempre quiso engrasar. La abrió mientras notaba que una gota de sudor frío resbalaba por su frente. Pero no encontró a la persona que esperaba. Tenía la mente confusa, ella esperaba encontrar al chico de la funeraria. Pero no, era su madre. Las dos se miraron, derramaron una lágrima al suelo y se abrazaron casi hasta reventarse las costillas. Era la primera vez que Sofía veía a alguien de la familia después de haber sufrido aquel trágico accidente. Se pasó media hora besándola, quería sentir el calor de alguien sobre su cuerpo.
Mamá, no quiero cerrar los ojos- dijo Sofía.
¿Por qué, hija?- preguntó su madre.
Si los cierro, vuelvo a ver las ruedas de aquel camión aplas ...- se detuvo, una lágrima volvió a derramarse.
No pienses en ello hija, estoy aquí contigo.
Volvieron a abrazarse, pero esta vez no tardaron tanto en separarse. Una bocina se escuchó, una bocina que a ambas se les hacía familiar. Corrieron a la ventana y sí, estaban en lo cierto. Era el padre, vieron como salió del coche y gritaba: ¡Milagro! ¡Está vivo!
Sofía se puso blanca, se desmayó. Tardó tiempo en despertar, pero cuando lo hizo, notó que no estaba en su fría casa de piedra, sino en la cálida recepción del hospital situado en la calle San Francisco. Se alegró de ver a su madre agarrándole la mano. Ella sonrió, el sentimiento era mutuo.
De pronto visualizó una camilla que se acercaba por la lejanía del pasillo. En efecto, era él, Sergio, había sobrevivido de aquel brutal accidente, había sobrevivido a ser aplastado por un camión en aquella autopista repleta de hielo.
Sofía se puso en pie, pero esta vez se sintió fuerte y energética. Corrió hasta el otro extremo del pasillo y lo vio. Tenía parte de la cara deformada, medio costillar roto y el brazo y la pierna derechos escayolados hasta los topes. Pero estaba vivo, como su padre bien dijo era un milagro, ella vio desde el asiento del copiloto cómo quedaba reducido por aquellas ruedas. Aun seguía vivo, y, como de película, al besarle recuperó la consciencia. Él, inmóvil en aquella camilla, separó los labios lo justo como para susurrar un “Te quiero”.
Un “te quiero” en voz baja, pero que sonó con un tono dulce que tomó todo el pasillo. Levantó su débil brazo y apartó los pelos que cubrían la cara a su prometido.
Tranquila cariño, en un par de meses estaré en casa.
Se me harán eternos.
Merecerá la pena esperar- dijo Sergio forzando una sonrisa.
Ella habló con el médico y recogió una tarjeta con el horario de visitas.
En apenas dos horas, su corazón había dado un vuelco.
Todo había pasado.
-------------------------------------------------------------------
'LA ROSA DE LAS LÁGRIMAS NEGRAS' – Miren Viñe – 1 EVolvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
Bajó las escaleras sigilosamente y se dirigió a la entrada principal de la casa. Mientras caminaba lentamente hacia la puerta se percató de quién sería aquel que llamó a su puerta a las tres de la madrugada. Sandra estaba aterrorizada. No sabía qué hacer; su corazón le ordenaba abrir aquella puerta, pero su conciencia le decía que no lo hiciera. Finalmente, dejó a un lado su miedo y mientras el corazón le palpitaba sin cesar, abrió la puerta. Sus presentimientos eran ciertos. Al otro lado de la entrada estaba Antonio, su ex-novio, al que la joven temía mucho.
A pesar de no estar muy segura, Sandra le dio la oportunidad al hombre que tantas veces le había hecho llorar y sufrir. La inocente chica no fue capaz de decirle que no quería volver a caer en sus manos, sufrir el acoso físico y psicológico que había sufrido anteriormente y sentirse la peor mujer del mundo por no complacer a su pareja.
La pareja empezó una nueva relación el día que Antonio se presentó en casa de Sandra con una rosa roja a las tres de la madrugada. Aquel día, al igual que en los siguientes días, Antonio no dejó de repetir una frase, su frase, siendo más concretos: “Cambiaré, te juro que cambiaré”. Sandra quería creelo, pero no podía. Su pasado aterrorizador y el miedo que sentía al ver a su pareja, hacían que la pobre muchacha obedeciera todas las órdenes de la persona que afirmaba que le quería.
Un día Sandra decidió no hacer lo que su amado le pedía. Ese fue el día en el que los insultos, la sangre y las heridas volvieron a la vida de Sandra. Así transcurrieron los días, entre lágrimas, llantos y sufrimiento, en los que Sandra se sentía impotente, como un objeto, como si su vida tuviera menos valor que una moneda en el centro de un desierto. Mientras Sandra caía en una gran depresión, el hombre con el que compartía sus días se sentía cada vez más fuerte e importante. Sentía que podía dominarle todo, que el único ser superior a él era Dios y que podría vivir para siempre con una mujer a su disposición.
Un día lluvioso de febrero, Sandra dejó a un lado su cobardía y decidió enfrentarse al culpable de su sufrimiento y su dolor. Durante el paseo por el parque lleno de rosas rojas, Sandra le dijo a Antonio lo que realmente sentía. Tuvo el suficiente valor para decirle que tenía miedo, que aquella relación se basaba en las amenazas y el miedo en vez de en el amor y la confianza. Se sintió aliviada al acabar su discurso. Aquella satisfacción y aquel alivio duraron poco. Tras un instante de dolor, lloros y llantos, el cuerpo de aquella joven mujer quedó tumbado entre las rosas del parque. Todo se acabó para siempre. El dolor. El sufrimiento. Todo aquello, incluso la triste mujer, quedaron en el pasado. La rosa roja que le regaló su hombre, no era una simple rosa roja. Aquella era una rosa roja de lágrimas negras.
----------------------------------------------
'UN ESTUDIANTE' – Aitor Etxeberria – 2 CVolvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
La calefacción estaba apagada aun. Desde la entreabierta ventana vislumbraba el pálida luz de una solitaria farola. Era de noche aún. Un tercer golpe, más fuerte, le estremeció y corrió a abrir la puerta. Adormecido aún, se dirigió a la cocina, donde su madre le esperaba para desayunar. El calor del café siempre conseguía despertarlo un poco. Antes de vestirse para salir, vio su cara reflejada en el frío espejo. Las ojeras de su cara delataban una noche de estudio. Se vistió mirando por la ventana. Ese día no estaba lloviendo.
El trayecto en tren hasta la facultad se le hizo más rápido que nunca, Estaba deseando llegar. A la entrada, los nerviosos comentarios que otras veces lo tranquilizaban le parecieron historias lejanas. Cuentos de otra gente, otros lugares. Ocupó su lugar habitual en el aula y dejó que la pequeña estufa calentara su interior.
La entrada de la profesora provocó una oleada de silencioso nerviosismo, pero él apenas lo percibió. Estaba concentrado, seguro de sus posibilidades. Pese a haber empezado tarde, las horas invertidas habían dado su fruto. La entrega del examen encendió algo en su interior. De su mente fluían las ideas y su mano los transmitía eficientemente al papel. Las dudas eran rápida e implacablemente borradas y transformadas en autoconfianza.
Al entregar el examen su cuerpo volvió a sentirse cansado. Su mano estaba dolorida, cargados los hombros. Una inesperada tranquilidad y sosiego lo invadieron. Al fin estaba hecho. El resultado le era indiferente. Las horas de insomnio, nervios y trabajo le hacían creer en un buen final para aquel tormento, ahora lejano.
Los comentarios, a la salida, le parecieron mucho más cercanos. Semejaban ser conocidos y cotidianos.
Disfrutó enormemente del viaje de vuelta. Los campos de color esmeralda y los montes vestidos de hojas lo invitaban a dormir recostado en ellos. Sacudió la cabeza. Estaba demasiado cansado.
Al llegar a casa, respondió breve y lejanamente a las insistentes preguntas de su madre y su hermano. La farola de su ventana estaba apagada y su brillo era reemplazado por la luz cegadora del astro sol. Cerró la persiana y, sin quitarse la roda, se volvió a introducir en la cama. Su mente se evadía al tiempo que sus ojos se cerraban. Se vio otra vez en aquellos bosques de hayedos y pinares acurrucado en la suave y templada hojarasca.
----------------------------------------------------------
'AU REVOIR PARIS' – Xabier Larrañaga Etxabe – 2 E
Volvió a oír que alguien llamaba a la puerta. Era un golpe tímido y fuerte. Apartó el edredón de su cama y se envolvió los hombros con un chal para protegerse del frío invernal. ('Y si fuera un ángel' - Keith Donohue)
Un fuerte dolor abdominal le hizo estremecerse, sus entrañas ardientes cual fuego del infierno, desgarraba sus blandos órganos, un sufrimiento dantesco. La enfermedad que recorría sus venas se extendía por su cuerpo veloz como las aguas del Niágara, pero le mataba a un escaso ritmo tan doloroso como lento.
Tambaleante se dirigió a la puerta maciza, de roble rojo, y con movimiento más bien patoso, giró el roñado picaporte, dando a conocer al extraño que llamaba a su presencia. Un hombre, más animal que persona, monstruo de tez negra de estatura considerable, que nada más ver a Stewart, le golpeó con tanta fuerza que lo dejó inconsciente.
Bien Dimitri ... buen trabajo- susurros en la oscuridad.
¡Despertadlo!- Una fuerte ráfaga de luz cegó sus ojos, pero el tiempo hizo clarecer su vista y pudo divisar a un hombre mirándole fijamente, con una malévola sonrisa con los labios.
Stewart Blain, ¿verdad? ... ¿Le importa que le llame Stu?- la mordaza que tenía en la boca le impidió hablar.- No, claro que no. Bien Stu, como sabrás, tú tienes algo que yo deseo, y como yo, otros muchos lo desean. Pero también es verdad que tu reloj de vida corre, y se está quedando sin pilas.- tras una pausa, un joven le trajo al maloliente sujeto unas tenazas y alicates.
Bien Sr. Blain, le explico lo que sucederá ahora: yo le haré una pregunta, y usted responderá. Si no es así, o pienso que me está engañando, tendré que aligerarle la boca, quizá usted esté más cómodo para hablar.- dijo enseñando los roñosos alicates.
Stewart se estremeció con la idea de que aquel cerdo ejerciese de dentista en su boca. Pero debía proteger lo que sabía, pues ese conocimiento era más importante que su seguridad, además, ya tenía un pie en el infierno, y no le quedaba mucho para ingresar como miembro vitalicio.
Le quitaron la mordaza, sintió un gran alivio al poder mover la mandíbula. El individuo, el matón que haría pasar las horas más dolorosas de su vida, se sentó ante él, frunciendo el ceño, fijando sus ojos de víbora en el rostro de Blain.
¿Dónde se encuentran las cabezas nucleares Sr. Blain?- su tono amenazante y su mirada asesina le produjo un nudo en el estómago, vuelta al sofocante infierno.
No sé de qué me habla, Sr. ¡Váyase a la Mierda!
¿Con que esas tenemos, eh?- se rió.
Con una sonrisa sádica mandó a dos de sus esbirros agarrarle a Stu y abrirle la boca. Stewart sintió el sabor de la roña, y el frío agonizante del metal rozando su lengua. El fuerte golpe de los alicates agarrando el diente, destrozando y desgarrando las encías, hizo quebrar el frágil trozo de hueso. El dolor y la sangre brotando por su boca, sin poder expulsar ni una gota de ella puesto que todo le caía a su rasgada garganta, hizo que Stewart gritase, le recorriese tanto el dolor que el mismísimo infierno se convirtió en cielo.
Con la muela fuera, sin ganas de repetir la experiencia, no tuvo otra que confesar. La valentía que mostró en un principio fue pasto del dolor.
Las cabezas están repartidas por la red de túneles del metro. Pero no llegaréis a tiempo- dijo Stewart esbozando una sonrisa.
Stewart se quedó solo, atado a la silla, pues el pánico y la prisa les hizo acudir a los torturadores a desactivar toda la red explosiva.
Rodeado de sangre, escupiendo sus entrañas, desorientado y al borde de desfallecer, se soltó de las cadenas y con más adrenalina en sus venas que sangre salió de aquella habitación. Se encontraba en el centro de París.
Se metió en una alcantarilla nada más salir del mugroso edificio. Debía acceder al metro como fuese. Tras una puerta encontró su destino. Sabía perfectamente donde estaba y estaba a punto de cumplir con su deseo.
Su locura rozaba ya el mismísimo cielo, pues sabía que su vida acababa y no le importaba volar por los aires. Fue entonces cuando los torturadores aparecieron, pero era demasiado tarde, pues Stewart tenía la mano en el botón de inicio.
Así, empapado en sangre, pálido como los blancos copos de nieve, miró fijamente al “dentista” y dijo: “Ya nunca más nos quedará París ...”.
iruzkinik ez:
Argitaratu iruzkina